#ElPerúQueQueremos

Historia de nuestras pasiones

Publicado: 2009-08-25

Por Sara Beatriz Guardia

No publicaron libros ni compusieron poemas. Tampoco se doctoraron en universidades famosas y aunque algunas escribieron, fueron sus vidas las que fascinan. Oscilaron entre lo permitido y lo que obliga al silencio en la historia de nuestras pasiones, con muestras de intrepidez, audacia, y una gran dosis de coraje. Son mujeres que hoy ocupan un lugar en el imaginario mexicano donde existe una predilección por los derrotados con dignidad, las trágicas y los perdedores.

Allí está Antonieta Rivas Mercado, enamorada de José Vasconcelos, pegándose un tiro en la catedral de Notre Dame de París; Lupe Marín, obsesionada con ocupar por siempre el lugar de esposa de Diego Rivera; María Asúnsolo, la bellísima mujer que encendió un amor intenso en David Alfaro Siqueiros; y la más festiva y sensual, Machila Armida, amante de Alejo Carpentier1.

1 Escribiremos de estas dos últimas en otro número de Vicionario.

"Mañana empezaré a dejar en el papel mis entrañas"

La vida de Antonieta Rivas Mercado transcurrió en tres épocas de la historia de México, el Porfiriato por su familia, la revolución y los años veinte. Fue una de las mujeres que más influyó en la cultura del México de principios del siglo XX, y sin embargo su suicidio ocultó su presencia en la vanguardia cultural mexicana. Hija del conocido arquitecto Antonio Rivas Mercado, autor del monumento del Ángel de la Independencia, desde niña se desenvolvió en un clima de bonanza económica, de frecuentes viajes, y en medio de la intensa vida social de sus padres. El primer golpe que marcó su vida para siempre ocurrió cuando ella tenía doce años y fue abandonada por su madre. Quizá eso explica su inmensa necesidad de afecto, la búsqueda de una libertad que nunca pudo tener, y la decisiva relación con su padre.

Se casó a los dieciocho años con el ingeniero inglés, Alberto Blair, con quien tuvo un hijo, Donald Antonio, que nació el 9 de septiembre de 1919. Durante los viajes a Europa, que realizó con su padre y su hijo entre 1923 y 1925, aprendió italiano, música, y filosofía. Pero el punto de partida de su vida ocurrió el 3 de enero de 1927 cuando murió su padre y quedó como la principal heredera de todos sus bienes. En ese año conoció al pintor Manuel Rodríguez Lozano, que la presentó a intelectuales como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. Entonces Rodríguez Lozano pertenecía a un grupo contestatario conocido por su posición contraria al muralismo de Diego Rivera.

El primer artículo que escribió Antonieta fue para la revista Ulises. Se trata de una reseña del libro En torno a nosotras, de Margarita Nelken, representante de los inicios del feminismo en España, conocida por su militancia en el Partido Obrero Español, y su decidida participación en la Segunda República y la Guerra Civil. Es significativo que Antonieta haya escogido precisamente a esta mujer, cuyas reflexiones sobre las reivindicaciones de la mujer en la modernidad no eran muy bien recibidas.

En febrero de 1928, en El Sol de Madrid publicó un artículo titulado «La mujer mexicana», en el que sostuvo que la cultura es la única vía posible de salvación para las mujeres, y acusó a las mexicanas por su «docilidad» y «pasividad». «Es preciso –escribió–, sobre todo para las mujeres mexicanas, ampliar su horizonte, que se la eduque e instruya, que cultive su mente y aprenda a pensar».

En 1929 se integro al grupo que funda la revista Contemporáneos, que dio nombre a esta generación. Tradujo con Villaurrutia el libro La escuela de las mujeres de André Gide, impulsó la organización de un patronato para la creación de la Orquesta Sinfónica, y donó un local para el Teatro de Ulises considerado el primer teatro de vanguardia de México con el que se compromete como mecenas y donde trabaja y actúa.

Por lo contrario, su vida sentimental era caótica. Separada del marido, inició una compleja relación con Manuel Rodríguez Lozano, incapaz de corresponder al amor obsesivo que le profesaba. Incluso Antonieta en algunas cartas admitió la imposibilidad de esta relación por la barrera sexual que puso el pintor, que entonces sólo sostenía relaciones homosexuales. Rodríguez Lozano había estado casado con Carmen Mondragón, otra mujer que fascinó México. Rompió las reglas, desafió a la sociedad posando desnuda para el fotógrafo Edward Weston, y sedujo con su encanto y belleza a poetas y escritores. Pero su gran amor fue el pintor Gerardo Murillo, con quien sostuvo un apasionado romance reflejado en las doscientas cartas que le escribió durante cinco años, y donde firmaba con un nuevo nombre: Nahui Ollin, que en el calendario azteca indica el tiempo consagrado a la renovación de los ciclos del cosmos.

Por entonces en México gobernada Plutarco Elías Calles con una política proclive a los Estados Unidos. Es la época de la guerra de los cristeros y del asesinato en 1928 del general Obregón, a manos de José de León Toral, un fanático católico. Calles nombró a Emilio Portes Gil presidente provisional, y José Vasconcelos, exiliado en Estados Unidos decidió presentarse como candidato a la presidencia. El 10 de marzo de 1929 Antonieta conoce a José Vasconcelos, que marca definitivamente su vida y su destino. Se entrega en cuerpo y alma a la campaña por la Presidencia que él impulsa, dona importantes sumas de dinero, convierte su casa en un comité político, lo acompaña durante las giras, lleva su agenda de reuniones, y escribe los discursos que él dicta. Detalla esos intensos meses a su siempre presente Manuel Rodríguez Lozano en una carta fechada el 28 de septiembre de 1929:

«Casi me parece imposible haber tenido un rato para escribirle, pero esta fatigosa vida que lleva Vasconcelos envuelve en su agitación superficial, con comidas, cenas y paseos y (único grato) natación dos veces al día. Es gente que sin cesar, sin cesar, viene a buscarlo, a verle, a traerle dinero, a ofrecerle armas, apoyo o (ríase) pedirle puestos... Anoche en la conferencia que dio en el Teatro Obrero debe de haber habido más de 2000 personas: ferrocarrileros, obreros de la fundición y de la cervecería y ¡qué público! como oleaje y ¡qué atención! (…) mañana salimos para Montemorelos. Dormiremos en Linares, el sábado iremos a Ciudad Victoria, el domingo a Tampico, quizá regrese por aeroplano».

Sorprendentemente, en plena campaña electoral Antonieta partió a Nueva York el 6 de octubre de 1929. Fue el período más productivo de su vida, escribió el ensayo “Los ideales de las mujeres. Maternidad contra igualdad de derechos”, tradujo y adaptó en colaboración con José Luis Ituarte Los de abajo, de Mariano Azuela, y se relacionó con Federico García Lorca, José Clemente Orozco, Dámaso Alonso, José Juan Tablada, entre otros. Pero la derrota de Vasconcelos la conduce deprimida al hospital Saint Luke´s en Manhattan donde permanece recluida varias semanas. Allí fue donde decidió que su camino era la escritura, y así se lo dijo a Rodríguez Lozano:

«Necesito hundirme en el trabajo. La inacción, la falta de creación, me aterra. Digo, como usted aquella noche, mi soledad y mi pena están tan hondas que no parecen existir (...). Tomo calmantes sin efectos. Quiero llegar ya a mi destino para obligarme a coger el carril. Mañana me haré de mi máquina y comenzaré a dejar en el papel mis entrañas».

En marzo de 1930 Antonieta se ve obligada a regresar a México porque pierde la patria potestad de su hijo en la demanda de divorcio de su esposo, y para evitar que se lo quiten parte a Francia. Se instala en Burdeos decidida a escribir una novela con la idea de vivir con Vasconcelos. Pero Vasconcelos tenía otros planes, escribe ella en su diario: «No me necesita, él mismo me lo dijo cuando hablamos largo la noche de nuestro reencuentro aquí en esta misma habitación. En lo más animado del diálogo pregunté: “dime si de verdad, de verdad, tienes necesidad de mí”. No sé si presintiendo mi desesperación o por exceso de sinceridad, reflexionó y repuso: “Ninguna alma necesita de otra, nadie, ni hombre ni mujer necesita más que de Dios"». Además, Vasconcelos le aconseja regresar a México porque hacía meses que Antonieta no recibía dinero.

¿Fue ese el detonante? Poco después, el 11 de febrero de 1931 escribió una carta al cónsul mexicano en París, Arturo Pani, pidiéndole que envíe a su hijo a México; robó la pistola que Vasconcelos había traído de México, se dirigió a Notre Dame y frente a la imagen de Jesucristo crucificado se disparó un tiro al corazón. En la última página de su diario escribió: «Mañana, a estas horas, todo habrá concluido, es mejor así, Hólderlin tenía razón». Antes había escrito: «Tengo la conciencia aguda de estar desterrada de este mundo». Tenía treinta y un años.

"Yo soy la primera, la única"

Otro personaje interesante, es Lupe Marín, la segunda esposa de Diego Rivera, de quien muchos dicen que era literalmente insoportable y que pocas personas la querían. Fabienne Bradu sostiene en su libro2 que era un personaje teatral que tuvo el valor de llevar todos sus defectos de carácter hasta tal grado de exageración que acababa cayendo bien; que podía ser cruel, arbitraria y hasta destruir vidas. Enfrentó la sociedad en los años veinte y treinta dando bofetadas verbales o reales, y logró sobrevivir en México donde –agrega Bradu– la gente se da la mano sonriendo aunque se odie.

2 Fabienne Bradu. Damas de corazón. México: Fondo de Cultura Económica, 1994.

Su obsesión por ser la «única mujer» de Diego Rivera, incluso cuando estaban ya divorciados y Rivera vivía con Frida Khalo, expresaba una combinación de amor y odio, exacerbado y profundo, de alguien que no ocupó el lugar que anheló y que convirtió su vida en una lucha permanente por distinguirse como la única. No fue tampoco fácil ser la esposa de Diego Rivera, figura emblemática de esos años por su murales, y que pinto dos mil cuadros y cinco mil bocetos; además era militante del partido comunista y un gran seductor.

Lupe Marín y Diego Rivera estuvieron casados cinco años, de 1922 a 1927 y tuvieron dos hijas: Ruth y Guadalupe Rivera Marín. Pero el matrimonio no se rompió por Frida Khalo sino cuando Diego Rivera se enamoró de la fotógrafa italiana, Tina Modotti. Fue un amor intenso pero de corta duración que terminó cuando Diego conoció a Frida tres años después del accidente que sufrió la pintora. Entonces Diego Rivera era ya un pintor consagrado que en París había conocido a Juan Gris, Picasso, Modigliani, Braque. Frida le llevó algunos de sus primeros cuadros que impresionaron profundamente a Rivera, y así empezó un romance que Lupe Marín no dio importancia inicialmente, pero después estalló en ataques violentos de celos.

Nadie apostó por esa unión, la familia de Frida se opuso a pesar de la fama de Rivera, incluso la madre declaró que no aprobaba el matrimonio no solo por los veintiún años de diferencia sino porque era como «casar a un elefante con una paloma». Tampoco los amigos creyeron en ellos, pero Frida y Diego estaban convencidos de que eran uno para el otro. Se declararon amor eterno y fidelidad, y se casaron el 21 de agosto de 1929, cuando él tenía cuarenta y tres años y ella veintidos. Se divorciaron en 1939 y se volvieron a casar el 8 de diciembre de 1940.

Vivieron una intensa relación, problemática, plena de encuentros y desencuentros. No podía ser de otra manera tratándose de personalidades tan fuertes y avasallantes. Mientras Lupe Marín, furiosa, acechaba por si la pareja se desunía finalmente. Pero cuando conoció personalmente a Frida Khalo, ocurrió lo imprevisto: se hicieron amigas y Lupe se convirtió en alguien importante en la vida de ambos.

Le enseñó a Frida a cocinar los platos favoritos de Diego, y agradecida Frida Khalo le pinto un retrato que años más tarde y en un ataque de rabia Marín destruyó, lo que siempre lamentaría. Lo único que queda de esta pintura es una foto. Pero Diego Rivera pintó los hermosos ojos verdes de Lupe Marín y su cuerpo que amaba. Así lo dice en su libro autobiográfico Mi vida, mi arte, Lupe Marín era «hermosa, con un espíritu animal», su cabello «era como el de una castaña», y «sus manos tenían la belleza de las raíces de talones de águilas». Era una mujer segura de sí misma, independiente y elegante de quien Octavio Paz dijo que aunque su vida había sido «tempestuosa y su lenguaje descarado; su indumentaria era irreprochable y de un sobrio buen gusto».

Un año después de su separación, Lupe Marín conoció al poeta Jorge Cuesta, quien en ese período publicó la Antología de la poesía mexicana moderna y se casó con ella en 1928. Se fueron a vivir al ingenio El Potrero hasta 1930, cuando regresaron a la Ciudad de México para el nacimiento de su hijo Antonio, pero el matrimonio sólo duró dos años. En 1932 se separaron. Diez años después Jorge Cuesta se suicidó en el sanatorio Lavista, en Tlalpan, tenía treinta y ocho años, una inconclusa obra en la que destaca su libro de poesía, Canto a un dios mineral.

Aunque Lupe Marín consiguió mantener su status de esposa de Diego Rivera no pudo en vida ser la única, ni la primera. Sin embargo, su hija Guadalupe Rivera Marín, reencarna ese espíritu indómito y rebelde que la caracterizó. Es la Presidenta de la Fundación Diego Rivera, creada por la familia a fin de evitar que el legado artístico del famoso muralista y pintor caiga en una «burda comercialización», tal como ha sucedido con Frida Kahlo, a propósito de la comercialización de cien mil muñecas Frida Kahlo (a doscientos dólares cada una) promovidas por la familia Kahlo y lanzadas en México, Estados Unidos, Francia, Italia, Inglaterra y Japón.

Guadalupe Rivera Marín vivió con su padre y Frida Khalo durante un año en la casa azul de Coyoacán, hoy convertida en museo. «Yo me llevé muy bien con Frida», me dijo cuando presenté su libro Las fiestas de Frida y Diego en Lima. «Fuimos amigas y tuve su apoyo en momentos difíciles de la relación con mi padre y con mi madre». Pero en una entrevista publicada el año 2007 en un diario de Costa Rica, Guadalupe Rivera Marín con sus ochenta y cuatro años lucidos y apasionados no ha vacilado en decir que Frida Kahlo es un «icono decadente» que responde a «una época de decadencia en la que prima el desarrollo técnico y bélico sin ningún aliciente para el ser humano».

Octavio Paz dice en El laberinto de la soledad, esa formidable lectura crítica de la historia de México, que el pueblo lleva máscaras detrás de las cuales se encierra en su soledad para protegerse y preservarse. Es indudable que estas mujeres no pretendieron ni protegerse, ni asegurarse, ni siquiera perdurar, solamente ser fieles a sí mismas.


Escrito por

Arturo Corcuera

Nació en 1935. Ha publicado, entre otros títulos, Noé delirante ((1963) , Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976).


Publicado en

Revista de literatura y arte

Revista de literatura y arte